Los
seres humanos siempre hemos estado tentados a encontrar una explicación a la
complejidad de la materia que nos rodea.
La civilización de los antiguos griegos ha sido enormemente influyente para la lengua, la política, los sistemas educativos, la filosofía, la ciencia y las artes, dando origen a la corriente renacentista de los siglos XV y XVI en Europa Occidental, y resurgiendo también durante los movimientos neoclásicos de los siglos XVIII y XIX en Europa y América.
Arché (según otros, arjé, o
también arkhé, "fuente",
"principio" u "origen") es un concepto en filosofía de
la antigua Grecia, significando el comienzo del universo o el primer elemento
de todas las cosas. También puede significar sustancia o materia, es decir,
aquello que no necesita de ninguna otra cosa para existir, sólo él mismo.
Tales de Mileto (S VI aC) argumentaba
que el agua es el origen y esencia
de todas las cosas en el mundo, quizás, la primera explicación significativa
del mundo físico.
Anaximandro (S VI aC),
que sostenía que el arché era el Ápeiron
(lo indeterminado, aquello que carece de límites).
Anaxímenes (S VI aC),
que consideraba que lo era el aire o
la niebla; fluido por excelencia.
La escuela pitagórica (S VI
aC), caracterizada por la identificación del arché con los números. Hay que considerar que la escuela pitagórica no
consideraba al número como algo abstracto (concepción actual), sino que lo
veían como algo real. Lo consideraban la más real de las cosas y precisamente
por esto lo concebían como el principio constitutivo de las cosas.
Heráclito (S VI aC) parece que retornó a los elementos naturales
proponiendo el fuego como arché por
su naturaleza dinámica. Sin embargo para él el principio originario era el
lógos, la palabra; y era solo
comparable al fuego puesto que el fuego es para él una analogía del lógos, ya
que el fuego "con mesura se enciende y con mesura se apaga" así como
el logos, (con mesura) da a cada uno su parte del lógos.
Empédocles (S V aC),
decía que todo se componía de tierra,
aire, agua y fuego.
Anaxágoras (S V aC),
defendió que existía una infinidad de componentes del universo.
Leucipo y Demócrito (Teoría atomista) (S VI aC), argumentaron la existencia de átomos, o
partículas diversas que ni se crean ni se destruyen y que al agruparse
construyen todo lo que conocemos.
Epicuro (S IV aC) argumenta
la existencia de 2 elementos átomos
y vacío
Para Aristóteles
(384–322 a. C.) el éter era el elemento material del que estaba compuesto el
llamado mundo supralunar, mientras que el mundo sublunar está formado por los
famosos cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego. A diferencia de éstos, el
éter es para Aristóteles un elemento más sutil y más ligero, más perfecto que
los otros cuatro (la física de Aristóteles es cualitativa, más que
cuantitativa) y, sobre todo, su movimiento natural es circular, a diferencia
del movimiento natural de los otros cuatro, que es rectilíneo. Aristóteles no
apoyo el atomismo. Concibió los elementos como combinaciones de dos pares de
propiedades opuestas: frío y calor; humedad y sequedad. De este modo se forman
cuatro posibles parejas distintas, cada una de las cuales dará origen a un
elemento; calor y sequedad origina el fuego; calor y humedad, el aire,
etcétera, explicándolo como exceso o carencia.
Desde los tiempos de Aristóteles, se reconoció
la naturaleza atómica de la materia; a pesar de que sus ideas fueron producto
de sus disertaciones filosóficas.
Sin embargo al cabo del tiempo y, gracias a la mejora de las técnicas de experimentación física y química, nos dimos cuenta de que la materia es en realidad más compleja de lo que parece. Los químicos del siglo XIX encontraron entonces la necesidad de ordenar los nuevos elementos descubiertos. La primera manera, la más natural, fue la de clasificarlos según sus masas atómicas, pero esta clasificación no reflejaba las diferencias y similitudes entre los elementos. Muchas más clasificaciones fueron adoptadas antes de llegar a la tabla periódica que es utilizada en nuestros días.